sábado, 30 de enero de 2016

Diálogo con los duendes luminosos...

Duende.- No me gusta lo que hasta ahora has escrito.
Autor.- A mí tampoco me satisface.
D.- Te has olvidado de nosotros, de los duendes con luz.
A.- Pensaba hablar ahora de los duendes luminosos.
D.- ¡Ese es el error! De nosotros no se puede hablar. Sólo se puede amarnos, vivir con nuestra vida, más allá de las palabras.
A.- (Tímidamente)- ¡Quizá me puedas ayudar!
D.- Te estoy ayudando desde el principio. Desde que tu creías que era idea tuya hablar de los duendes del Prado, cuando esto te lo sugirió uno de nosotros.
A.- Un duende con ojos chispeantes y hermosos.
D.- Quizá fue nuestro representante.
A.- ¿Qué ves de malo en lo que he escrito?
D.- Te apasionan los otros duendes, los malignos. Esos duendes que tú llamarías en alemán unheimlich. Con esa palabra que os empeñáis en que es intraducible. Los duendes que os saludan desde el fondo de la sala de los frescos de la Quinta del Sordo. ¡Ese Saturno! O tus tan queridos fantasmas del Bosco, con muchos aspavientos y poca carne.
A.- ¿Cómo traducirías tú al castellano esa palabra unheimlich que Freud empleó para expresar la inquietud que le producía mirarse en el espejo y no verse? O, al revés, ir por la calle y encontrarse a sí mismo en la misma acera, caminando hacia él.
D.- ¡Eres algo tonto! Tus amigos traducen esta palabra por "siniestro". Mala traducción. Yo diría espeluznante. Que es una palabra hermosa. En ella hay la misma raíz que tiene la palabra esperanza y en seguida, en medio de la palabra está "luz". Ves, no nos asusta lo espeluznante porque somos luminosos, llevamos dentro la luz.
A.- ¿Sois muchos en el Prado?
D.- ¿Para qué preguntas? Tú bien lo sabes. Aparecemos por todas partes.Tú sólo te das cuenta de los más  hermosos.
A.- Por ejemplo, de los que hay en La lecherita de Burdeos.
D.- Ése es uno de los que más pueden equivocarte. En seguida se te ocurrirá compartir esas bobadas que todos dicen. Que si con ella comienza el arte moderno, el impresionismo. Monet, Manet, Pisarro, Gauguim, etcétera.
A.- ¿Y no es así?
D.- En esa muchachita que está soñando comienza el ensueño en la pintura. El ensimismamiento en el sueño. El sueño como luz que dulcifica el color, los grises, los azules infinitos, el aire...Y de nuevo el sueño. ¡Es un sueño!, se dice de una cosa muy bella. Entra el sueño en la pintura con este cuadro. No el relato de un sueño, sino el aroma de lo más íntimo del sueño. Perdida en sus sueños, nostálgica. Pero me estás haciendo hablar como tú. Hablando siempre se termina por decir tonterías. El sueño hay que soñarlo también.
A.- ¿Entonces crees que los duendes sois inasibles? ¿Que no se puede hablar de vosotros?
D.- Naturalmente que no. Tan pronto dices algo, el duende se marcha, desaparece...Ya sé que te fascina la mirada de la Maja vestida...
A.- No sólo a mí. Muchas horas he pasado yo y otros muchos tratando de descifrar esa mirada. Inolvidable, indecible. Parece que en ella se expresa el momento del retorno del amor, del amor violento y del amor dulce, de la ternura y del goce. Y con ella asoma la sabiduría, el conocimiento de todo. Es una mirada que jamás será definida con palabras por mucho que los hombres se esfuercen.
D.- Esa es vuestra torpeza. Para entenderla hay que contemplarla una y otra vez, durante muchos días, durante años. Y al final todo es muy sencillo. No hace falta más que enamorarse de ella.
A.- ¿De la maja?
D.- Sí, de la maja. Hay que llevarla en la retina durante muchas noches, en el recuerdo durante días y días. Intentar llegar a sus profundidades, que ni ella misma conoce.
A.- Es un duende implacable y hermosisimo. No suelta prenda. Embruja.
D.- Naturalmente, como todos nosotros.
A.- ¿Nosotros? ¿No es mejor hablaros como si fuérais mujeres? Los duendes luminosos son siempre mujeres.
D.- Da lo mismo. Pero tú es posible que nos entiendas mejor como mujeres.
A.- O como cosas no humanas. Hay duendes impalpables. Por ejemplo, en el Jardín del amor de ese pintor, el más fabuloso de todos, el más sabio, Rubens. Todo el cuadro está recorrido por un duende invisible. Pasa sobre los terciopelos, se interpone entre los besos, se apoya en los hombros de las mujeres, hace susurrar los árboles, vibrar la luz, dulcifica todo. La conversación -creo que el cuadro se llamó así alguna vez, La conversación galante-, la charla amorosa se despereza, con languideces sublimes.
D.- Todo el cuadro tiene un duende amigo. Le llamamos "la bruma dorada". El oro se deslíe en el aire, se torna vapor sutil, bruma...¿Cómo ha podido un hombre asir al amor por su parte más impalpable?
A.- Veo que eres un duende amigo, que me ayudas a decir lo que es imposible decir.
D.- No tengo más remedio que ayudarte. ¡Me das pena! Tu esfuerzo es tan noble como inútil. Las palabras lo estropean todo. Los duendes nos reimos de ellas.
A.- ¿Qué sería de nosotros los hombres sin vosotros, los duendes luminosos?
D.- ¿Todavía no lo sabes? El horror del vacío os devoraría como Saturno a sus hijos.
A.- Saturno, el Espeluznante.
D.- Nosotros somos todo lo contrario. Pero vosotros los hombres cada día sois más torpes.
A.- Sí, somos cada día más víctimas del desencanto.¡Dime algo de Tadea!
D.- Ya sé que ibas a decir una bobada. Pero te lo perdono. Ibas a hablarme de Proust. Tadea es una bocanada de aire mágico convertida en traje, en vida de mujer. Es una de las muchachas en flor, cualquiera, la más amada. Es el vaho que se desprende de la belleza, un privilegio que la mujer únicamente pone al descubierto cuando se la ama con todas las fuerzas. Los hombres, ahora, son debiluchos.
A.- ¿Has visto cómo sujeta el guante para ponérselo o para quitárselo?
D.- Estoy seguro que Rita Hayworth jamás vio a Tadea. Y, sin embargo, hizo un día este mismo gesto y se volvió inmortal.
A.- ¡Verdaderamente me ayudas! Mi gratitud, duende escondido, va aumentando. Empiezo a enamorarme de ti un poco.
D.- ¡No hagas eso nunca; no se puede nunca uno enamorar de un duende!
A.- Uno puede y debe enamorarse de todo. Precisamente ahora muchos sabios sesudos, convertidos en poetas, recomiendan que volvamos a encantar el mundo, que lo re-encantemos. Un pensador ya un poco pasado de moda había preconizado como norma para el hombre moderno el "desencantamiento". O el desencanto como manera de ver el mundo.
D.- ¡A buena parte os ha llevado esa receta! Al aburrimiento.
A.- Y al vacío. Ahora todos nos quieren re-encantar. Ya no los poetas, todos.
D.- Sí; abrir los ojos como unos desesperados para vernos. Pero ¡fíjate en esas muchedumbres que recorren el museo! Van en grupos o en parejas o solos. Llevan un libro en las manos y lo intentan leer. Los ojos, de vez en cuando, se apartan de sus páginas y nos miran. Miran sin vernos; los duendes reímos en un rincón. No demasiado fuerte, para que no nos oigan.
¡Los pobres nunca sabrán que han paseado entre los duendes más simpáticos del mundo!
A.- ¡Y los más sabios! Pero a veces salís de vuestros escondrijos.
D.- ¡Naturalmente! Y nos paseamos por la cuidad. No para hacer algún desaguisado terrible, como los duendes que tú adoras...
A.- No; te equivocas, yo no los adoro. Me interesan únicamente.
D.- Deberías interesarte más por nosotros, los duendes luminosos.
A.- Los duendes del re- encantamiento.
D.- Por el momento nos hemos vuelto visibles a los sabios, a los astrónomos sobre todo, que son los más listos. A algún físico también. Los poetas, en cambio, se han vuelto menos perspicaces. Pocos vienen por aquí. Y como traen sus anteojeras no nos ven.
A.- Lo cierto es que este museo está lleno de guías. Pero no los guías uniformados y serios, algo aburridos, cansados de ver siempre las mismas figuras. Debía ponerse a la entrada del museo una advertencia. ¡Cuidado con los guíás invisibles! El museo está lleno de ellos, por todos los rincones.
D.- ¡Vamos a seguir viendo los cuadros! Estábamos en esa sutilísima Doña Tadea. ¿Qué te parecen las Tres Gracias?
A.- Aquí los guías fracasan; se esfuerzan en hacer ver la enorme belleza que se desprende de la carne, del desnudo, de su insondable enigma, del enigma de la piel que irradia calor, caricia, deseo, satisfacción, ternura. ¡Me pierdo! Esas tres mujeres, de las que ahora dicen tonterías los visitantes, llevan debajo de su fabulosa e increíble piel el bullicio secreto de la vida, de esa vida que jamás termina, que es incansable en el deseo, en el amor.
D.- Es el duende más difícil de todos. El que vuestra época no comprenderá jamás.
A.- Bueno, algunos críticos han dicho cosas muy hermosas sobre esa prodigiosa técnica de hacer que la carne sea, en el lienzo, más carne que en la naturaleza, que en la vida.
D.- También Rubens está lleno de duendes, de minúsculos puntos de color, radiantes; unos verdes, otros azules, otros blancos; algunos de matices indefinidos, ocres suaves, amarillos relampagueantes. Todos se asocian, se llevan bien, como buenos hermanos, trabajan juntos en silencio. El fruto de su obra es tierno y firme a la vez, desprende, irradia calor y hermosura. Consistente, apetecible, lo que los hombres llaman sensual porque no tienen otra palabra.
Es el tacto hecho color. O el color convertido en tacto; mejor dicho vuelto a sus orígenes, voluptuoso, tierno. Hay a quien esa increíble hazaña que es volver tangible al color, hacerlo carne suave, caliente no le gusta.
A.- No saben ver.
D.- No.
A.- Ni tocar. La pintura, como todo arte, no es sólo de uno de los sentidos corporales sino propiedad de todo. Necesita todo lo que en nosotros percibe, todo lo que se siente. Ese chaparrón de toques, de caricias, de sonidos, de obras. Todo junto, en armonía, es lo que produce la pincelada, esa llamarada que es carne o mirada, paisaje o lejanía...
D.- Los cuadros hay que saber escucharlos, cada uno tiene su rumor. Cada uno su silencio. Todos callan y hablan a su manera. Saber ver es hermoso. Pero lo es también escuchar:
A.- Por ejemplo, en el Jardín del amor, lleno de aromas, de sutiles reposos, de brisas...
D.- Sí, una brisa dorada circula en él por entre los cuerpos, bajo los árboles. Todo en este cuadro es oro y brisa.
A.- Es uno de los cuadros más hermosos del Prado. Y pocos son los que se detienen a experimentar su magia. A escuchar la brisa de oro. Que es también bruma de oro. El susurro del tiempo, la calma de la luz tibia, encelada.
D.- Nunca el amor fue tan directo. Y penetra con el aire, con la luz, canta con las palabras.
A.- ¿Tú lo escuchas?
D.- ¡Claro! Es un cuadro que debe ser escuchado. Las Tres Gracias llaman al Tacto, que no necesita moverse. La piel de la mano o de la mejilla se sienten hermanas de los cuerpos sonrosados, de la tersura madura y prometedora, de la sensualidad que se encendería sin reposo, vibrando.
A.- Quizá mezclando la ternura y la voluptuosidad.
D.-Mejor el milagro cálido de lo que se perpetúa en el goce.
A.- ¡Las gentes muestran ante estos desnudos de Rubens su ausencia de sensibilidad, creen que son propios de una época que no les atañe! Ignoran que su propio cuerpo, que desconocen, es uno de los mayores misterios del mundo, y que reproducirlo...
D.- No se puede hacer esto sin mucho amor, ¿no es así?
A.- Si así llamas a la sabiduría que se contiene, a la suavidad que se despliega, al himno que no se atreve a salir de los labios, a la música secreta de la vida que circula bajo la piel suavísima, al perfume...
D.- Escuchar los cuadros es también escuchar su perfume, que no es el de las esencias de los tarros de pintura, ni la de los aceites. Las Venus de Rubens llaman a todos nuestros sentidos, vibran de luz, de ávida carne en posibilidad de amor. Son como el amor en reposo.
A.- Todo es mito en estos cuadros. Relato de mundos olvidados y perennes, secretos que gritan su verdad. Luz, brisas; la vida floreciendo, palpable.
D.- Creí que ibas a hablar también de mis hermanitos impertinentes.
A.- ¿De los angelotes?
D.- Sí; a fuerza de llenarse de duendes invisibles, con tanta plenitud de duendes, el pintor no ha tenido más remedio que darles forma, que poblar sus frondas, sus figuras de "putti", de angelitos. Son como un testimonio de que existimos.
A.- ¿Para los ciegos?
D.- Sí, pero ciegos hay muchos. Y a pesar de todo siguen sin vernos. Creen que somos puro adorno, capricho.
A.- Escuchan al guía que sólo dice lo que no importa. Las gentes debían escucharnos.
D.- Pero siempre tienen prisa. Y, además, han de hacer fotografías, comprar postales...
A.- En lugar de estarse quietos y escuchar.
D.- Sí, escuchar la bruma dorada.
A.- La de los cuerpos y la del amor, la de la paz y el rumor de la gente y de los árboles.
D.- Pocos lo perciben.
A.- Has estado hablando de brisa, de brisa dorada. Pero ¿no es una bruma y no una brisa lo que surge del cuadro de Rubens, de ese maravilloso Jardín del amor? Que detiene a los turistas en la anécdota, en el episodio que se relata, que no les dejaa pasar a ver los duendes secretos que habitan el cuadro.
D.- Con malicia, el pintor ha llenado el aire de angelotes para que no se vean los duendes.
A.- Y lo ha llenado de brisa amorosa para que no se perciba la mágica bruma. Los duendes sois bruma y brisa a la vez, algo al mismo tiempo perceptible e inasible.
D.- ¿De oro?
A.- Sí; de oro como ese oro que lleva el Rey Mago ante los pies del Niño-Dios. El oro se deslíe en el aire, embruja el verde de las hojas, abrillanta la tersura o la molicie de la carne. El pincel, la mirada se desparraman como un pomo de perfume...
D.- ¡No sé por qué te gusta tanto ese cuadro! Pero abandonas otros muchos que también tienen bruma y duendes. Por ejemplo, ahí tienes a Patinir. Con sus brumas lejanas. Con sus lejanías que apuntan al infinito.
A.- A la nostalgia. Son nostalgia encarnada.
D.- ¿Nostalgia de qué?
A.- La nostalgia suprema, esa nostalgia que nace del horizonte. Nostalgia de aquello de donde venimos y a donde vamos. Nostalgia de lo materno escondido en los cielos, en las madres fecundas, en los sueños, en los recovecos sin descubrir todavía de la mente del hombre.
D.- De todo lo que está por descubrir.
A.- Eso sois los duendes; esas infinitas cosas que el hombre todavía no ha descubierto.
D.- Él cree que lo sabe todo.
A.- Cada día sabe menos; cada día es más cegato para los duendes.
D.- Y para los ángeles.
A.- Algunos de ellos no; ya antes mencionamos a los físicos, a los astrofísicos. Todavía quedan algunos poetas.
D.- Y desde luego los pintores. ¿Te acuerdas de aquellos acantilados en la bruma, inolvidables, que pintó Claude Monet?
A.- Volvamos a la bruma dorada. O gris. Es vuestro mundo, el mundo de los duendes. Pero estamos charlando demasiado. Debemos volver a nuestro trabajo.
D.- Sí; estamos abandonando a los visitantes. O ellos nos abandonan a nosotros. ¿Quién tiene la culpa?
A.- Nadie tiene la culpa. Las cosas hermosas, las maravillas del mundo deben estar protegidas, semiescondidas, ser jirón de niebla, esbozo, algo que sólo se presiente y que nunca se ve. Bruma, brisa. Ese mundo infinitamente tangible de lo intangible.
D.- ¿De la lejanía?
A.- Sí; de la lejanía...

{Juan Rof Carballo-Los Duendes del Prado}



1 comentario:

  1. jo... der...

    lo que daría yo por una conversación así...

    qué maravilloso

    ResponderEliminar